Ecclesiastes 6

Bienes sin disfrute

1
1 s. Aquí no se trata del avaro, sino del que por una prematura muerte o por otras circunstancias no puede gozar de los bienes acumulados.
Hay otro mal que vi debajo del sol, y que pesa gravemente sobre los hombres:
2Hombres hay a quienes Dios dio riquezas, bienes y honores, y a los que nada falta en la vida de cuanto puedan desear, pero Dios no los deja gozar de ello; un extraño lo consumirá. Vanidad es esto y mal muy grande. 3
3. Carecer de sepultura equivalía a perder todo honor. Un rico puede correr el peligro de no tener sepultura, sea por no disponer el dinero para este fin, o sea porque sus herederos se lo niegan para castigar su avaricia. Llama la atención la insistencia con que el Sabio quiere inculcarnos esta misma verdad en diversos pasajes; sabía bien cuan difícilmente sería admitida.
Si uno engendra cien hijos, y vive muchos años, hasta la más avanzada edad, y su alma no se harta de sus bienes, y ni siguiera obtiene sepultura, este tal, digo yo, es mas infeliz que un abortivo.
4Pues ha venido en vano, y en tinieblas se va; y la obscuridad cubre su nombre; 5
5. Véase 2, 13 ss. y nota; 4, 3; Job 3, 16.
nunca vio el sol ni le conoció. Más reposo tiene este que aquel infeliz.
6Y esto aunque haya vivido dos veces mil años; pues no ha podido gozar de los bienes. ¿Acaso no van todos a un mismo lugar?

7Todo el afán del hombre es para su boca;

pero nunca se sacian sus apetitos.

8
8. De ahí la primera bienaventuranza (Mateo 5, 3; Lucas 6, 20).
¿Qué ventaja tiene el sabio sobre el necio? ¿Cuál el pobre que sabe conducirse delante de los hombres?
9
9. También la experiencia enseña que es feliz quien se contenta con su estado. El refrán popular lo expresa diciendo: Vale más un pájaro en mano que cien volando.
Más vale lo que ven los ojos, que ir tras deseos. También esto es vanidad y correr tras el viento.

La fugacidad de la vida

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10. El hombre no puede disputar con Dios, puesto que este tiene ya decretado nuestro estado desde el primer momento de nuestra vida (véase Job 9, 32; 38, 3 ss.; Isaías 10, 15; 45, 9; I Corintios 10, 22; Romanos 9, 21). Lo triste es cuando aceptamos esta verdad como resignándonos a lo inevitable, y no vemos, a la luz del Evangelio, la fisonomía paternal de ese Dios que nos ama con infinita misericordia (Salmo 102, 13; Ef. 2, 4), que llegó a darnos su Hijo único (Juan 3, 16) y que, no pudiendo negarnos nada después de semejante don (Romanos 8, 32), nos asegura también lo temporal (Mateo 6, 33), y nos llama hijos a los que creemos en su Nombre de Padre (Juan 1, 12).
A todo cuanto ha de venir le ha sido dado ya su nombre, y ya se sabe qué es un hombre, y que no puede contender con quien le supera en fuerza.
11Hay muchas palabras que solo sirven para aumentar la vanidad. ¿Qué provecho tiene de esto el hombre?
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